En política, el liderazgo no se mide únicamente por los logros tangibles, como el número de leyes aprobadas, la eficacia en la gestión ministerial o el alcance de los programas implementados. Aunque estas métricas son importantes, hay un elemento aún más esencial para sostener el liderazgo dentro de un partido político: la confianza. Cuando esta se pierde, incluso el dirigente más exitoso desde el punto de vista técnico se vuelve inviable como candidato. Tal es el caso que nos ocupa: un político con múltiples éxitos como parlamentario y ministro, pero que, sin embargo, no ha sabido cultivar ni fomentar la confianza al interior de su organización.
La crisis de credibilidad que lo rodea no es un asunto menor ni una simple disputa interna. Es, en realidad, el reflejo de una fractura profunda entre su figura y las bases que deberían respaldarlo. Nadie al interior del partido confía ya en él. No se trata solo de rumores o diferencias personales: se trata de una desconexión estructural, alimentada por años de decisiones unilaterales, falta de diálogo y un estilo de liderazgo que ha sido percibido como arrogante, distante o incluso autoritario. Esa percepción, reiterada y persistente, ha creado una barrera insalvable entre el dirigente y su propia organización.
Un partido político que decide presentar a un candidato sin respaldo interno se expone al riesgo del colapso. No hay campaña exitosa sin unidad, sin equipos que trabajen en una misma dirección, y sobre todo, sin una base militante que crea, confíe y defienda a su representante. La figura de este dirigente, aunque técnicamente impecable, se ha convertido en un factor de división y desconfianza. Persistir en su candidatura no solo sería un error estratégico, sino un acto de irresponsabilidad política que podría costar caro al partido entero.
Sin embargo, esto no significa que su experiencia deba ser descartada. Muy por el contrario, sería profundamente valioso que este líder asuma un rol distinto: el de mentor. Su trayectoria, conocimientos técnicos y comprensión de las estructuras institucionales pueden y deben ponerse al servicio del partido, pero desde un lugar que no requiera del capital simbólico que hoy no posee: la confianza popular e interna. Un mentor no necesita tener apoyo unánime, sino capacidad de orientar, enseñar, formar nuevos liderazgos y fortalecer la estructura desde atrás.
En síntesis, el liderazgo político no puede sostenerse solo sobre los logros individuales. Sin confianza, no hay legitimidad; sin legitimidad, no hay candidatura viable. Es tiempo de comprender que, en ciertas circunstancias, dar un paso al costado no es una derrota, sino un acto de madurez política. Si este dirigente realmente quiere apoyar al partido, debe hacerlo desde un lugar que refleje su experiencia, sin poner en riesgo la cohesión ni la credibilidad de la organización. Solo así podrá volver a ser parte de la construcción de un futuro político colectivo.