viernes, 26 de febrero de 2016

El Apra de Alan García: una estrella distante

Por Mauricio Zavaleta
Cuando Alan García asumió el poder por segunda vez en julio del 2006, el Apra asemejaba un verdadero partido nacional. Además de la presidencia, contaba con la segunda minoría parlamentaria y tenía bajo su control la mitad de los gobiernos regionales. Tras años de letargo, la estrella parecía volver a brillar en el firmamento de la política peruana. Pero vista a distancia resultaría ser una estrella fugaz. Diez años después, el partido más antiguo del Perú cuenta con cuatro parlamentarios y sólo tres alcaldes provinciales. Ni durante los noventa tuvieron una cifra tan baja de autoridades electas.
Así llega el Apra a la decimoprimera elección presidencial de su historia. La organización aprista se ha entregado a la voluntad de Alan García a cambio de la fuerza motriz que le permita volver al poder. La muestra más reciente del allanamiento del partido a su líder se vio en octubre del año pasado, cuando García compitió como candidato único en las elecciones internas. ¿No había ningún compañero capaz de desafiarlo? ¿Ni siquiera Enrique Cornejo, que venía de obtener un millón de votos en Lima Metropolitana? Lamentablemente, no. Los apristas –acaso cerca del 5% del electorado– se acercaron a los locales del partido para votar por un candidato único.
Es justamente en esta relación disfuncional entre liderazgo y organización donde se encuentra el germen de la impotencia electoral de Alan García hoy. En el 2001, tras su retorno al Perú, el partido se vio notablemente vigorizado. Luego de 15 años ingresaba nuevamente a una segunda vuelta y se convertía en la primera fuerza de oposición al gobierno de Alejandro Toledo. Un año más tarde ganó 12 gobiernos regionales. Pero tras su elección en el 2006, García se encargó de reducir el aparato partidario a una suerte de cota de malla hecha a su medida, lo mínimo para protegerlo de acusaciones y rivales políticos.
Resulta anecdótico que cuando César Acuña ganó por primera vez el municipio de Trujillo en el 2006, García prometiera “recuperar la cuna y la tumba de Haya de la Torre” así tuviera que ser él mismo candidato a la alcaldía. Sin embargo, en la práctica, hizo poco por fortalecer la estructura partidaria fuera de los límites de Palacio de Gobierno. Incluso le mostró su abierto desprecio. Por ejemplo, en Lima, frente a la candidatura municipal de Carlos Roca en el 2010, afirmó que prefería que el partido no presentase candidato “a ser sometido a tener 1% en las elecciones” (ante lo cual Roca, humillado, renunció), mientras en el 2014, Enrique Cornejo tuvo que expresar públicamente su descontento ante el silencio para llamar su atención, lo cual García respondió con tweets de limitado entusiasmo.
La autonomía de García frente a la organización, potenciada por su propia política de reducir a los competidores internos, lo llevó a cometer el error que hoy le costará ser presidente por tercera vez: dilapidar la marca partidaria. Prometió el “cambio responsable” pero su gobierno se pareció más al de Álvaro Uribe que al de Lula. Si bien el Apra se alió con fuerzas conservadoras en las décadas del cincuenta y sesenta, nunca perdió su carácter de partido popular. Pero desde el 2006 en adelante, García se encargó de vaciar de contenido al partido, enrumbándolo a la derecha sin resistencias internas. Ante la supremacía de Zeus, nadie se atrevió a criticarlo en Alfonso Ugarte. No hubo dirigente con vocación de Prometeo.
En consecuencia, mientras el resto de gobiernos de la región promovía políticas redistributivas gracias a la bonanza producida por el boom de los commodities, García mantuvo sin cambios el modelo y se encargó de gobernar con el apoyo de empresarios y militantes. Años atrás, cuando fue elegido por primera vez presidente en 1985, había prometido heterodoxia económica, y cumplió. Si esto fue malo para los peruanos en general, no fue necesariamente perjudicial para el partido, el cual acentuó su perfil programático y logró el tercer lugar con 22% de los votos en las elecciones de 1990 a pesar del desastre que significó la administración aprista.
¿Por qué en 1985 optó por la coherencia y en el 2006 olvidó su plataforma programática? Si en los ochenta, en la medida que se profundizaba las crisis, eran claros los incentivos para que García gobierne mucho más al centro de lo que prometió (en lugar de pisar el acelerador a la izquierda) en los 2000 la bonanza económica le permitía mantener la ruta trazada en su campaña electoral. Contaba con los recursos y los incentivos para cumplir lo prometido: gobernar a la izquierda de Lourdes Flores. Pero decidió lo contrario, y pasó de ser el último discípulo de Perón (Alberto Vergara dixit) a una imitación de Carlos Menem. Las razones por las cuales García –quien hasta el 2005 se mostraba en marchas con la CGTP en contra del TLC– decidiera abrazar el credo del libre mercado a ultranza y mandar ochenta años de aprismo al basurero de la historia no quedan claras. García nunca brindó explicaciones convincentes. Ni a sus electores, ni al partido, que lo siguió con la fe del carbonero.
Esta gran obstinación es la que hoy le pasa factura. El partido se ha alejado de su perfil como defensor de los sectores menos privilegiados, pero tampoco se ha logrado reacomodar como un partido de clases medias (aunque su mayor soporte se encuentre en el sector B). De acuerdo con el politólogo Noam Lupu, cuando los partidos implementan políticas que son inconsistentes con sus posiciones tradicionales (marcas partidarias), erosionan sus vínculos con los electores y se vuelven más susceptibles a la evaluación retrospectiva. El Apra de García incumplió con sus promesas –diluyendo la marca del partido- y gobernó de manera mediocre (la aprobación presidencial en julio del 2011 era de 42% según Ipsos, principalmente sostenida por los sectores más acomodados). Sin identidad –y por consiguiente, sin la adhesión política de un sector significativo del electorado– ha sufrido con mayor conmoción los impactos de las denuncias por corrupción y los narcoindultos.
Por último, como ha escrito Steven Levitsky, la alianza con el PPC mina aún más la condición del Apra como partido popular. Incluso habiendo decidido apostar por una coalición de claro corte conservador, García ha tratado de dar pasos a la izquierda pechando a las AFP y prometiendo respeto a los derechos laborales. Pero esta ambigüedad sólo contribuye a generar más sombras sobre la consistencia de la Alianza Popular. Esto no quiere decir que la candidatura aprista se encuentre confinada a un solo dígito, pero llegar a la segunda vuelta parece una misión cuesta arriba; sobre todo ahora que el carisma de García ante cámaras muestra sus límites.
Aunque suene a oxímoron, la derrota de García en primera vuelta puede ser positiva para el Apra. Una oportunidad para renovar el liderazgo y reconstruir la marca. Dependerá de las bases del partido –sobre todo de los jóvenes– que esto suceda.